Mi vida se ha acelerado, estoy viviendo muy rápido. Un millón de años pasan para mí como un parpadeo.
Puedo ver las órbitas planetarias y sus trayectorias caóticas; puedo ver la órbita del Sol alrededor del núcleo galáctico y cómo juega pasándose de un brazo espiral a otro.
Ahora puedo ver cómo titilan todas las estrellas del universo: nacen y empiezan a brillar, mueren y se apagan con un flashazo que adorna su galaxia de origen.
Río con el lento vagar de las galaxias a través del universo, cómo orbitan entre sí, se acarician, se tocan, colisionan y forman los envoltorios más complejos del universo.
Me doy cuenta de la armonía del universo, su vida, su música. Millones y millones de civilizaciones que surgen en sus planetas, algunas crecen y salen de su cuna, otras llegan a dominar incluso su sistema estelar, algunas mueren con su estrella y otras mueren de viejas.
A todo se lo come la entropía. Todo se colapsa y se vuelve agujeros negros: viajan lento, meditabundos, como no queriendo asesinar toda la materia y energía que engullen, pero haciéndolo de todas maneras.
Yo los veo y me pregunto si esconderan una puerta a otros universos, a otras dimensiones.
Tengo prisa por saber.
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